La vieja Olma de la iglesia es para muchos de nosotros un elemento que rápidamente nos lleva a los recuerdos de nuestra infancia y adolescencia en el pueblo. Al escondite perfecto que teníamos al jugar al bote o a nuestras primeras escaladas a árboles, tanto por el hueco de dentro como por fuera de su tronco.
Siempre que la veo, siento ese extraño cariño que se puede tener por un viejo tronco esquelético. Y no se merecía menos que quedar inmortalizada bajo ese impresionante manto de estrellas que podemos ver en el pueblo.
